En el Evangelio de hoy, Jesús cura a un sordo diciéndole unas "palabras mágicas": EFFETÁ. Probablemente, un sacerdote te las dijo a ti hace muchos años pero no te acuerdas. Un "hechizo" de apertura parecido al Alohomora de Potter pero este es real #HilosDelEvangelio #DomingoXXIII
Dice el texto que le presentaron a Jesús «un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos». Léelo entero aquí ciudadredonda.org/calendario-lec…
Jesús no es un milagrero, ni un personaje del universo mágico de J. K. Rowling. Su misión no consistía en hacer hechos extraordinarios para dejar a la gente con la boca abierta. Los milagros que recogen los evangelios siempre hay que mirarlos desde la perspectiva del signo.
¿Y qué es un signo? Es un objeto, gesto o acontecimiento que representa o evoca otro objeto, gesto o acontecimiento. Lo importante, por tanto, no es el signo, sino lo que representa.
Con las curaciones, Jesús no quiere arreglar el problema físico de la persona, que también; sino, sobre todo, salvarlo.
Y salvándolo a él, llevar un mensaje de salvación también a todos los que contemplan la escena. A los que lo hacen en vivo y, a través de los siglos, a ti y a mí gracias a los relatos recogidos por los primeros cristianos que son los evangelios.
Es bonito pensar que Jesús estaba pensando en ti en todos los momentos de su vida, en cada milagro, en cada discurso, en la cruz… Porque el sentido de Su misión fuiste tú, quiere llevarte al cielo con Él.
Pues bien, el signo remite a lo signi-ficado, como la señal a lo señal-ado. ¿Y cuál es el signi-ficado de los signos de Jesús?
Los judíos llevaban siglos oyendo –¡se lo aprendían de memoria!– que cuando llegara el Mesías: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará” (lo leemos en la primera lectura de hoy, la de Isaías)
Así que el mensaje en aquel contexto era claro: Jesús hace oír a los sordos, es el Mesías. La salvación ha llegado. A nosotros nos cuesta más trabajo porque no contamos con las claves que sí tenía el pueblo de Israel.
¿Y en qué consiste la salvación? Porque a este no le dijo, como al buen ladrón: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¿Cómo lo salva?: Devolviéndole el oído.
Porque la fe nos viene por el oído, por escuchar la predicación (Rm 10, 17). Curándole la sordera física, en realidad le está curando la sordera espiritual y nos está advirtiendo sobre ella.
«¡Pero si yo no estoy sordo!, dirás tú. Yo oigo perfectamente. Voy a Misa y escucho las lecturas y la homilía. Te puedo repetir palabra por palabra lo que ha dicho el cura hoy».
Pero, te pregunto. ¿Esa palabra llega a tu corazón y te cala? ¿Provoca en ti un cambio de vida? ¿Te mueve a la conversión, a dejar de mirarte a ti y empezar a mirar al prójimo? ¿Te resulta nueva cada semana y te sorprende? Porque si no es así, amigo, estás sordo.
O haces oídos sordos. ¿Y esto por qué pasa? Por el pecado. Sobre todo por el pecado de soberbia, de creer que tú lo haces todo bien y que nadie (¡ni Dios!) tiene que decirte cómo debe ser tu vida
También por el pecado de pereza, de no querer moverte, de no querer que el Evangelio eche abajo tu proyecto, te saque de tu comodidad y te ponga en camino...
Esto no solo te pasa a ti, nos pasa a todos, aunque al principio no fue así. En el paraíso, Adán y Eva tenían una confianza absoluta en Dios y entre ellos. Había una comunión y una escucha.
Pero el pecado vino a romper aquella obra perfecta de la creación. Con Adán y Eva, todos nosotros rompimos la familiaridad con Dios, pusimos un tapón en nuestros oídos que nos crea serias dificultades para escucharlo.
Por eso, vale la pena contemplar hoy desde esa perspectiva el acto en sí de la curación. Dice el Evangelio que Jesús lo llevó aparte, «le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es: “Ábrete”»
¿No te sugiere la imagen de un escultor dando los últimos retoques a su obra maestra?
La obra maestra de Dios, el hombre, se ha caído, se ha desconchado; pero manda a su Hijo (que conoce bien el oficio) para dejarla como nueva. No necesita gubia, ni torno, ni cincel y martillo. Le bastan sus dedos y su saliva.
¡Qué asco tocar con la saliva verdad? ¿Te acuerdas cuando tu madre te limpiaba un churrete con un pañuelo mojado en saliva? Si has estado dentro de sus entrañas, ¿qué más te dará un poco de saliva? Pues a Dios le pasa igual.
Además, para que veas que esta imagen de Dios restaurando su obra de arte con saliva no es tan descabellada, aquí tienes este enlace ¡Boom! efe.com/efe/espana/cul…
Es Dios creador quien por medio de su Hijo re-crea al hombre, te vuelve a crear, te hace una persona nueva si tú te dejas arreglar.
En la escena, por tanto, está el Padre (Jesús mira al cielo), está el Hijo… ¿Falta el Espíritu Santo? Nada de eso, en la escena está la Trinidad al completo. ¿Recuerdas lo que hizo Jesús antes de decir Effetá?
¡Eso es! ¡Suspiró! Suspirar es llenar a tope de aire los pulmones. Jesús se llena del Espíritu Santo, aquel “Ruah”, “viento de Dios” que aleteaba por encima de las aguas cuando Dios creó los cielos y la tierra, para hacer esta nueva creación.
¿Y entonces recuerdas cuándo te dijeron a ti eso de Effetá o no? ¡Pues fue en tu bautismo!
Aunque a veces se omite, el ritual incluye el rito del Effetá. Y si no estás bautizado, cuando lo hagas, el celebrante te tocará con el pulgar los oídos y la boca y te dirá: «Effetá, que significa: ábrete, para que profeses la fe que has escuchado, para alabanza y gloria de Dios»
Y es que el bautismo es el sacramento por el que recuperamos la gracia perdida. Por eso hay que volver siempre al bautismo, hay que nacer del agua y del Espíritu. Hoy mismo Dios puede re-crearte de nuevo, abrir tu oído para que, oyendo, puedas tú también hablar de Él a otros
Si hoy vas a Misa, cuando recibas a Jesús, estarás aparte, a solas con Él, como hizo con el sordo. Imagina el día de tu Bautismo, tus padres, tus abuelos, aquel cura… y vuelve a escuchar como un niño esa palabra que hoy puede cambiar tu vida ¡Effetá! ¿Escuchas? #FindelHilo
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