"Sal corriendo y no pares hasta que llegues a un sitio seguro, busca un sitio con mucha gente."
Este fue el primer consejo que le dieron a mi yo adolescente cuando le pedí a mi entrenadora de Taekwondo si podía enseñarnos técnicas de defensa personal.
Nos enseñó cómo zafarnos en caso de que nos agarrasen por la espalda, pero ningún contraataque.
"No es buena idea oponer resistencia, si se enfada es peor.
Por mucha técnica que tengas, él será más fuerte, y no será un combate limpio: te cogerá las muñecas, te tirará del pelo, te cogerá la pierna y te la retorcerá si intentas pegarle una patada en el cuerpo."
"Lo único que sirve es una patada muy rápida en la parte baja de espinilla, y si se dobla suficiente, rodillazo en la cara.... para ganar tiempo y salir corriendo."
"Recordad que no podéis entrar en combate en la calle, al tener formación en artes marciales se os considerarian los mismos agravantes que si usaráis arma blanca. Vosotras mismas sois una arma blanca.
Así que yo nunca os he explicado esto.
Sólo podéis correr"
Ayer, gracias a la sentencia sobre el caso de #LaManada, descubrí, 20 años después que esto sólo es cierto si intentan atracarte.
Si intentan violarte tienes que defender y hacer que él de enfade, que sea peor.
O la justicia considerará que sólo es un abuso.
Todavía hoy, con 20 años más, cuando vuelvo sola a casa por la noche, me recojo el pelo en un moño para que, si me lo cogen, me duela menos y pueda reaccionar.
También llevo las llaves en la mano, para que sepan que estoy cerca, y para golpear más fuerte si se me acercan con malas intenciones.
Y poder salir corriendo y llegar al portal.
Es completamente inconsciente, llevo haciéndolo toda la vida.